Publicado: 12/06/2023 16:36h. Lecturas: 3865
En Stroeder, partido bonaerense de Patagones, Luciano Correndo, junto a Pía Quiroga, con “Don Fioto” crían animales de la raza Angus; se convirtieron en una cabaña que no para de obtener premios.
De Buenos Aires a Stroeder, más de 10 horas de viaje. Un largo pero fructífero camino a casa. Así lo siente Luciano Correndo que, junto a su pareja Pía Quiroga, emprendieron el regreso a su cabaña en esa región, ubicada en el partido bonaerense de Patagones, al sudeste de la provincia, tras participar de la Expo Angus de Otoño Indoor en el predio de Palermo de la Sociedad Rural Argentina (SRA).
Casi por cumplir los 40, este veterinario y amante de la ganadería y la genética, recuerda orgulloso los inicios de su cabaña de la raza Angus, a la que llamó “Don Fioto”, en honor a su abuelo inmigrante que llegó en barco del norte de Italia en 1927 en la panza de su madre, se instaló en la Patagonia, alquiló un campo, se puso a sembrar trigo, criar ovejas y luego vacas negras.
No hay recuerdo en su memoria que no esté relacionado al campo de su familia. Pero, lo que más rememora es cuando a los 15 años, recién fallecido su abuelo, su padre lo envió a un remate a comprar toros para el rodeo general. “Sentí que mi padre, por primera vez, me había soltado las riendas, dejándome involucrar en el campo. Era un sueño para mí”, dice a LA NACION.
El campo está ubicado en una región particular, entre el río Negro y el río Colorado donde, hasta 2013 las tierras de allí formaban parte de la llamada Patagonia Norte A, conocida también como zona buffer. Hacia el sur comenzaba la barrera sanitaria del status “libre de aftosa sin vacunación”.
Pasaron los años y Correndo fue a la universidad a Tandil a estudiar veterinaria. Allí entendió la importancia de la genética para el mejoramiento de las razas. Pero un día, las cosas en el campo cambiaron: la región dejó de ser zona buffer y pasó a formar parte de la Patagonia, como región libre de aftosa sin vacunación.
De un día para otro, se tuvieron que olvidar de ingresar genética en pie del resto de la Argentina hacia la Patagonia: entendió que esa barrera sanitaria empezaría a jugar un rol muy importante. Fue así que ya recibido, 15 años atrás, decidió embarcarse en un sueño: tener una cabaña. Compró unos toros de pedigree y poco a poco fue haciendo reproductores, primero solo para su rodeo.
“Había que producir genética, producir los toros para poder abastecernos, sin necesidad de salir a buscar afuera ya que era dificultoso, no había muchas cabañas en la Patagonia”, contó.
Decidió tomar el toro por las astas y tener un rol protagónico en la región: “Ahí nos dedicamos casi de manera exclusiva a hacer genética de punta”.
A la par de la cabaña, el veterinario trabajaba en otros proyectos ganaderos. Un día fue a un remate de una consignataria de la zona y allí estaba, con su sonrisa tímida, Quiroga trabajando.
Como año a año, la demanda de toros no paraba de crecer, el ganadero le propuso a su pareja dejar el trabajo en el pueblo y mudarse juntos al campo para emprender el desafío de posicionar bien arriba a la cabaña. “Mi vida también estuvo relacionada siempre con el campo y para mí esto era volver a mi niñez. Buscábamos que esto sea nuestro único medio de vida”, señala Quiroga.
Sin sonrojarse, Correndo describe a cabaña Don Fioto como de excelencia. “Me animo a decir que es la cabaña más premiada de la Patagonia. Los criadores zonales armamos un circuito patagónico, en el cual nominamos a la exposición cabecera Nacional Patagónica. Ya vamos por la 10º y, en todas esas exposiciones Don Fioto ha obtenido, si no fue el Gran Campeón, el reservado de Gran campeón, siempre ha estado en el podio. Eso hizo que hoy seamos respetados y valorados”, describe.
Dice que en la actualidad la demanda que tienen de reproductores tanto machos como hembras es más que sostenida. “Hasta hace poco, éramos nosotros los que nos ocupábamos de todo, bañar, dar de comer, preparar los animales para la exposición, los papeles, el trabajo de la manga, las recorridas diarias; pero el trabajo se acrecentó y contratamos una persona que nos da una mano con todo. Pero seguimos atentos a todo: conocemos nuestras vacas de memoria, las tenemos totalmente identificadas en el campo, no necesitan tener caravanas para reconocerlas”, comenta Quiroga.
Desde que se iniciaron, se pusieron a trabajar muy fuerte en un programa de transferencia de embriones y, de tener siete nacimientos por año, pasaron a 100 terneros y con una proyección a futuro de poder duplicar esa cantidad. Para lo que es la Patagonia ese número era muy grande, por lo que el paso siguiente era salir de esa zona de confort, comenzar a mostrar lo que hacían en otras regiones y competir en la gran liga.
“Acá ya está comprobado que somos buenos. Vamos para otra parte del país que nuestra genética gusta, por algo es premiada. Midámonos con el resto”, le planteó un día Correndo a Quiroga.
Así, comenzaron a participar de exposiciones y concretar lo que imaginaron mucho tiempo atrás. Según cuentan, cuando termina cada muestra vuelven muy entusiasmados, pensado a qué vaca le van a sacar embriones y con cuál toro la van a combinar. A pesar de los nervios y de la adrenalina de los días anteriores a la competencia, esto es lo que les apasiona: competir en las exposiciones, mostrando lo que hacen.
Va cayendo la tarde. Van nueve horas de recorrido. Por la ruta 3, ya pasaron Pedro Luro y les queda el último tirón. En el viaje, hubo música, varios termos de mate, silencios y, por supuesto, largas charlas. “¿Te parece que a la RP 118 la combinemos con ese toro colorado que te gustó ?”
Por Mariana Reinke.